Quizás hoy el cambio parte desde nosotros.
Sin querer hoy mismo me di cuenta de una de las cosas que
más afecta mi vida, mi esencia, la que veo perdida desde hace ya mucho tiempo,
la pérdida de mi voz. Cuando supe lo que tenía, lloré. Sin mentir, sepulté mi destino.
En todo este tiempo que he estado inserta en lo más profundo
de mis males, no lo había notado. Sólo hoy, recién hoy. Nunca tuve tampoco la
valentía de luchar por lo que realmente quería, me di por derrotaba antes de
comenzar a luchar.
La precariedad de la vida misma muchas veces nos empuja a
creer en lo que no creemos, a ser el instrumento que alimenta la máquina. Ahora
soy instrumento, así me siento, así lo sé. ¿Contribuye esto a mi felicidad? Ni
en lo más mínimo.
Ahora bien, es extraño que al ser tan vistosa a los ojos de
los demás, me enfurezca serlo. Resulta contradictorio pensarlo de esta forma,
pero la verdad si bien me inclino en mis gustos por cosas que a simple vista
podrían resultar llamativas a los ojos de los demás, dependientes de quienes
las contemplen, en el fondo no es eso lo que llena mi espíritu. Lo llena el
hecho mismo de ejecutarlas. No me hace feliz que todos me vean cantar, me gusta
hacerlo y escucharme sólo yo ya me complace. ¿Hedonista? Claro! Siempre lo he
sido y nunca lo he negado. Lo soy hasta ahora, en la peor de mis versiones. Contrario
a lo que muchos podrían pensar, no me interesa la aprobación, incluso yo he
pensado algunas veces que sí, pero luego descarto la idea. Fui ya lo más
aprobable que puede llegar a ser una persona, sin exagerar, nunca llegué a la
perfección. Pienso que las personas que alcanzan ese tipo de estándares son
excepcionalmente carentes de afectos propios, por el contrario, siempre he
tenido un profundo amor por mi persona.
Siempre amé la insurrección, pero nunca la ejecuté, o no de
la forma que la amo. Podrían muchos considerarme insurrecta, pero ¡vamos!, es
sólo la impresión de una sociedad tardía en sus procesos, pacata e idiota. Algunas
veces sólo hice lo que quería, dije en voz alta y de forma bien organizada las
ideas del inconsciente colectivo. Sembré ideas nuevas ciertamente, las mías
propias, pero eso no me interesa. Con que se arraiguen a ese mismo inconsciente
me basta. Si quisiera el protagonismo de las ideas, hace rato lo hubiese
buscado, pero no me interesa. Las ideas están ahí, para pensarlas, para
compartirlas, no para apropiárselas. Aquellos
que se apropian de las ideas, son los mismos que se apropian de las cosas, del
agua, la tierra, la naturaleza, tus gustos, tu vida y todo lo apropiable en el
mundo. Bastardos, en el sentido que
degeneran la naturaleza misma del ser humano.
Desde hace años que soy triste, ya ni recuerdo bien cómo
partió. Me esmero en no parecerlo, en dar felicidad a otros. A veces lo logro. Incluso
en mis canciones se nota mi tristeza, aunque no lo parezca. Me da miedo
expresar libremente mis emociones, porque en efecto, no estoy desligada de mis responsabilidades
materiales, quizás simplemente porque mi vida ha sido precaria de forma
constante. Eso me impide alcanzar la libertad, como por ejemplo, la de
expresarme sin tapujos. No es que se sonroje mi espíritu con algún insulto,
simplemente como antes expresé, no soy lo suficientemente insurrecta como para
que no me importe que los demás sepan que no me importa. Ciertamente es algo
difícil de entender.
Es por lo anterior, que reservaré mi identidad el máximo
tiempo posible.
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